Desde su posición en el centro, al fondo de la banda, Las Pelotas luce distinta. "El otro día hablaba con un amigo y me preguntaba si, llevado al ámbito futbolístico, no era como ser arquero… Tiene un par de cosas en común. Por un lado están perfectos los ensayos, la continuidad en las presentaciones que dan la posibilidad de poner piloto automático y disfrutar sin pensar qué parte del tema sigue… Llega un momento en que la banda está aceitada y sólo disfruto. Estoy tocando y veo a mis amigos músicos bailando, divirtiéndose, riéndose, tocando. Y, por otra parte, ver a la gente cantando con nosotros. Tenemos un público, me da la sensación, que toca la canción conmigo. Está buenísimo".
¿Cuánto hay de posibilidades de juego, todavía, de improvisación desde tu batería?
Depende de la parte de la canción o de ella misma en sí. Pasa que, personalmente, me gusta probar eso en el ensayo, donde a partir de una improvisación sobre un tema que venimos tocando desde hace diecisiete años, o de una zapada, lo reversionamos. Hay muchas canciones que, más allá del afecto que les tengamos, llega un punto en que se vuelven rutina. Por suerte, tenemos una cantidad tal que nos permite dejarlas descansar. Muchas veces, hay espacio para improvisar, pero –no sé si es virtud o defecto– no soy exagerado en ese aspecto.
Con tanta experiencia acumulada, ¿qué secretos de la profesión enseñás a tus alumnos?
Si a mí me hubiesen avivado de un par de cosas, no las habría aprendido por ensayo y error. Me gusta transmitir lo que sé, me gusta dar clases. Desde chico tuve escuela de natación, trabajé como profesor en colegios secundarios, la parte docente me agrada. Una de las cuestiones en que hago hincapié, que yo aprendí experimentando, es la de saber tocar para el grupo y para el tema. Cuando sos chico, querés tocar y aplicar lo aprendido en la última clase, y quizás no es el momento. No siempre lo difícil está bueno y lo fácil es aburrido. En todas los cosas que les voy pasando, enseñando, les muestro cómo aplicarlas. Hay que aprender a escuchar la lógica de cada instrumentista. La práctica musical se puede comparar con un deporte. Puede que haya un tipo que hace jueguitos maravillosos con la pelota, pero si en la cancha en un morfón no sirve. Tiene que jugar para el equipo. Es una cuestión de egos que con el músico, en general, funciona. No sé, el violero que quiere hacer solos todo el tiempo, el bajista que no para de hacer slapping, el batero que mete golpes de más… Está bien aprender a disfrutar la canción y ser parte de un conjunto. Esto resulta de una mezcla de tres cosas: tener condiciones, caminar y buscar explotarlas y de tener suerte.
¿Cuál influyó más para que entraras a Las Pelotas?
Creo que todas. Antes del 93 toqué tres meses con Los Perros, la banda que tenía (Gabriel) Carámbula, en una especie de suplencia. Cuando dejé ese grupo, un ex compañero se encontró de casualidad con Tomás (Sussmann), quien le comentó que andaba buscando un baterista, y me llamó. Se dio la suerte que ellos dos se encontraran. Me compré el casete (de "Corderos en la noche"), me aprendí todos los temas, me fui a probar y quedé.
¿Qué características definen a Las Pelotas?
Por el lado musical me gusta, tanto como músico o como consumidor de sus canciones, que tiene un estilo muy variado. Eso lo disfruto al escuchar una banda o para tocar dentro de ella. Cuando los grupos tienen estilos más cerrados, tenés menos licencias, digamos, para mi gusto. En nuestro estilo podemos hacer un reggae, una canción más poderosa y corrosiva o un tema feliz.
¿Y a Gustavo Jove?
No soy buen crítico mío… Creo que me preocupo mucho por jugar para el equipo. Estoy tranquilo porque eso me gusta y disfruto la música de esa manera. Yo he aprendido muchísimo en estos diecisiete años en Las Pelotas, puedo seguir desarrollándome y crecer. Además siempre me dieron mi lugar.
Eduaro Rouillet, Diario Rio Negro
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